Vida, muerte y mito del Dr. Moreno Cañas. Eduardo Oconitrillo García. Editorial Costa Rica, 1985.

Vida, muerte y mito del Dr. Ricardo Moreno Cañas

Carlos Arroyo – Mis Libros con Notas

En este libro encontramos un personaje que fue médico en la I Guerra Mundial y, de regreso a su país, se destacó como cirujano y estuvo involucrado en intrigas políticas. Murió asesinado por un antiguo paciente una noche de triple homicidio. Su muerte desató todo tipo de especulaciones que apuntaban a una conspiración fraguada en las más altas esferas. Mientras su asesino, encerrado en una jaula como un animal de zoológico, se convertía en una atracción morbosa para los visitantes que iban exclusivamente a verlo, el fantasma del médico asesinado continuaba visitando a sus pacientes en el hospital. De cirujano destacado y líder político frustrado, acabó convertido en un santo popular, a quien sus fieles le piden curaciones milagrosas o lo invocan en sesiones espiritistas. Con aventuras, intriga, política, drama, crimen, asesinatos, detectives, conspiración, hechos sobrenaturales y fenómenos inexplicables y misteriosos, a este libro no le faltan ganchos para atraer lectores. Pero no se trata de una novela escrita por un autor de imaginación desbordada, sino de una biografía fruto de la investigación seria que se limita a consignar los hechos.

Vida, muerte y mito del Dr. Moreno Cañas de Eduardo Oconitrillo García, como lo indica el título, presenta una semblanza de su vida, un recuento de las extrañas circunstancias de su asesinato y un asomo al culto popular de su figura tras su muerte. Digo asomo, porque la devoción a su memoria es el aspecto menos investigado del libro pero, en todo caso, el surgimiento de creencias sobrenaturales no es un asunto del que se ocupen los historiadores.

Ricardo Moreno Cañas nació en San José de Costa Rica el 8 de mayo de 1890, hijo de don Inocente Moreno Quesada y doña Clara Cañas Alvarado. Hago un paréntesis para incluir una información que, aunque no tiene ninguna importancia, no consta en el libro. Una vez, en una conversación casual, don Beto Cañas me comentó que la pandilla de niños de Barrio Amón, de la que él formaba parte, se burlaba de los nombres de los padres del Doctor, doña Clara y don Inocente, a quienes llamaban, a sus espaldas, por supuesto, doña Oscura y don Culpable. El dato es irrelevante, naturalmente, pero lo menciono porque a mí me sirvió para que no se me olvidaran nunca esos nombres.

Ricardo Moreno Cañas, aunque era un gran fumador (fumaba hasta en la sala de operaciones), fue también un gran deportista: corrió la primera maratón realizada en Costa Rica y en su juventud fue uno de los que introdujeron en el país, a inicios del siglo XX, un nuevo deporte llamado fútbol. Estudió en el Colegio Seminario y obtuvo una beca para cursar la carrera de medicina en Suiza. A mitad de los estudios, por razones que el libro no explica, le quitaron la beca y debió recurrir a un préstamo para cubrir sus gastos hasta graduarse. Años después, cuando abrió su consultorio en Costa Rica, tuvo tantos pacientes que pudo pagar rápidamente la deuda. Antes de regresar al país, y ya con el título de médico, sirvió a Francia durante la I Guerra Mundial. Las cirugías que realizó, en circunstancias tan difíciles que no hace falta describir ya que son fáciles de imaginar, le merecieron numerosas condecoraciones, incluida la Legión de Honor.

Instalado de vuelta en Costa Rica, fue cirujano en el Hospital San Juan de Dios. Tenía también su consultorio privado, cerca del Correo, donde atendía una amplia clientela. A los que podían pagarle, les cobraba cuatro colones. A los pobres, les regalaba la consulta y hasta les daba las medicinas. Además de ser un hombre conocido y respetado, su reputación alcanzó proporciones de héroe de leyenda en 1934. El día de año nuevo, un marido celoso atacó a balazos a dos amigos de su mujer. Uno murió en el acto, pero el otro llegó al hospital seriamente herido. La radiografía mostraba que la bala estaba alojada justo al lado de su corazón. El Dr. Moreno Cañas le abrió el tórax y, detrás del órgano herido, pudo ver el proyectil. Coordinando el movimiento de sus manos con el palpitar del corazón, logró sacar la bala, suturar las lesiones internas causadas por el disparo y salvarle la vida al paciente. Fue la primera operación de corazón abierto en Costa Rica. El Doctor fue condecorado y el poeta Rogelio Sotela le dedicó una poesía muy hermosa que escribió a propósito del hecho.

Moreno Cañas era un hombre sencillo. Leía a Rubén Darío y a José Santos Chochano. Disfrutaba cazar y pescar, cultivaba orquídeas, tenía buenos perros, coleccionaba los paisajes campesinos que pintaban Fausto Pacheco y Teodorico Quirós y llevaba una vida apacible con su esposa y sus hijas. Aunque era tímido y de pocas palabras, fue uno de los fundadores de la Liga Cívica en 1928 y llegó a ser diputado en 1931. No fue un parlamentario distinguido, leía sus discursos y no presentaba iniciativas. Don Ricardo Jiménez Oreamuno bromeaba diciendo que Moreno Cañas debía estar donde hubiera lesiones o huesos fracturados, pero no en el Congreso. Sin embargo, no faltaban quienes veían en él un candidato ideal a la presidencia.

En las elecciones de 1936, Moreno Cañas apoyó la candidatura de Octavio Beeche. León Cortés, el otro aspirante al cargo, le parecía peligroso por su autoritarismo y sus simpatías pro nazis. Beeche, un abuelito de bigote y cabello blanco que era un distinguido jurista, habría sido un gran presidente, pero no era un buen candidato y Cortés ganó las elecciones.

El 23 de agosto de 1938, el Dr. Moreno Cañas leía el periódico después de cenar, cuando la empleada doméstica le anunció que lo buscaba un visitante. El hombre entró a la sala y le disparó tres balazos. El tiro que le dio en la cabeza fue el mortal. El asesino, Beltrán Cortés, tenía experiencia. En 1935 había matado a un policía, pero de los cinco años de cárcel a los que fue condenado solamente cumplió dos y lo dejaron libre. Beltrán Cortés, además, había sido operado cinco veces por Moreno Cañas entre 1928 y 1932, con miras a corregirle un problema del hueso en uno de sus brazos. Como Beltrán era un hombre pobre, las cinco operaciones fueron por el servicio de caridad del hospital.

Tras asesinar a Moreno Cañas (que vivía en Barrio La California), Beltrán Cortés corrió hasta Barrio Amón. Tocó a la puerta de la casa del Dr. Carlos Manuel Echandi Lahmann, cirujano graduado en Yale y, cuando el galeno salió a atenderlo, también lo mató de un balazo en la cabeza. En la calle le disparó a tres personas más: Arthur Maynard (tiro en la frente y muerte instantánea), Egérico Vargas (la bala le dio en el pecho y se alojó en un pulmón) y Rodolfo Quirós (herido en una mano). Vargas y Quirós sobrevivieron.

Cuando Beltrán fue arrestado, León Cortés, el Presidente de la República, fue a interrogarlo por varias horas. En el juicio, Beltrán fue condenado por cinco asesinatos, aunque en realidad solo hubiera matado a tres y herido a dos. Su pena fue de noventa y nueve años de cárcel que debía cumplir en la isla de San Lucas. Por orden del propio presidente Cortés, se construyó en el penal una jaula de dos metros de largo por dos metros de ancho (apenas del tamaño de una cama), con techo de concreto, en que Beltrán debía permanecer aislado. Inspirado en Beltrán, el escritor José León Sánchez creó al personaje “Ciriaco”, de la novela “La isla de los hombres solos”.

Los turistas que pasaban sus vacaciones en el puerto de Puntarenas, solían tomar una lancha para visitar la isla de San Lucas, conocer el presidio, comprar artesanías y ver a Beltrán Cortés, a quien llamaban «monstruo», encerrado en su jaula. «Yo no soy monstruo. Monstruos son los que me tienen encerrado así», gritaba Beltrán. Once años estuvo Beltrán sufriendo calor en el día y frío en la noche en aquella jaula. Cuando salió, por acción humanitaria del presidente Otilio Ulate, prácticamente debió volver a aprender a caminar.

Las teorías conspirativas circulaban. ¿Por qué el Presidente Cortés, enemigo de Moreno Cañas, interrogó a Beltrán la noche de su arresto? ¿Por qué la condena de cinco asesinatos si solamente murieron tres? ¿Por qué condenarlo a noventa y nueve años de cárcel en una jaula? ¿Pretenderían acaso que muriera pronto? Se manejaron todo tipo de hipótesis. Beltrán llegó a afirmar que a él le encargaron matar a los dos médicos y le ofrecieron sacarlo de la cárcel pronto, pero sus versiones eran muchas y contradictorias. El libro incluye una entrevista del autor a Beltrán Cortés, realizada cuando Beltrán ya era un anciano y estaba senil. Su mente, en todo caso, tal parece que nunca estuvo clara. El libro no lo menciona, pero existe también la teoría de que Beltrán no haya sido el asesino, sino que hubo más de un sicario. Se necesitaría ser un verdadero atleta para desplazarse corriendo del barrio La California al barrio Amón en el tiempo en que supuestamente lo hizo Beltrán. Según esta teoría, Beltrán, por su demencia, sus antecedentes como asesino de un policía y su condición de paciente de Moreno Cañas, sería el chivo expiatorio perfecto.

En 1970, una nueva ley dispuso que la pena máxima de cárcel no podía pasar de treinta años. Como Beltrán llevaba ya treinta y dos años preso, quedó en libertad. Se dedicó a vender lotería, obtuvo una modesta pensión y vivió sus últimos años en casa de una hermana. Durante el tiempo que estuvo en la cárcel, los visitantes creían que era de buena suerte tocarle el brazo que había sido operado por Moreno Cañas, pero cuando vendía lotería, quienes lo reconocían preferían no comprarle porque podría ser de mala suerte.

Recién muerto el Dr. Moreno Cañas, pacientes internados en el hospital San Juan de Dios empezaron a asegurar haberlo visto visitando enfermos. Se habló de curaciones milagrosas, personas operadas en sueños y apariciones. El alma del Doctor empezó a ser invocada en sesiones espiritistas y muy pronto se popularizó una devoción que consistía en poner, ante un retrato del Doctor, una vela encendida y un vaso de agua. Antes de dormir, se hacía una oración invocando el poder curativo de Moreno Cañas y, a la mañana siguiente, se bebía el agua como medicina. Las estampitas con la imagen del Doctor se vendían, como era de esperarse, frente al San Juan de Dios. Todavía en los años noventa era común mirar la foto del médico asesinado publicada en un aviso en el periódico junto con la leyenda «Doy gracias al Dr. Moreno Cañas por un favor recibido» seguida de unas iniciales. Pese a la extendida devoción a su memoria, la Iglesia costarricense nunca inició su proceso de beatificación, quizá porque no aprobaba un culto surgido a partir de visiones de un fantasma y sesiones espiritistas.

En 1949, Ricardo Moreno Cañas fue declarado Benemérito de la Patria. La escuela de Zaragoza de Palmares lleva su nombre, así como la Clínica del Seguro Social al sur de la capital. Frente a la clínica, por cierto, está su monumento, obra del escultor Juan Rafael Chacón. La práctica de rezarle ha venido desapareciendo, así como el recuerdo de su extraordinaria vida y su misteriosa muerte. En la actualidad son cada vez menos quienes saben algo de Ricardo Moreno Cañas, pese a ser uno de los personajes más interesantes de nuestra historia.

    Divisor

    ¡ Evoluciona con tu presencia !

    Acredita que eres real

    Página Web

    Conoce más

    Divisor