Esta foto de Eduard (izquierda) y Hans Albert (derecha), de julio de 1917, la hizo pública la Universidad Hebrea en 2006.

Los hijos de Albert Einstein

Margarita Rodríguez – BBC News Mundo

«Creo que a Einstein le fue difícil sobrellevar el trastorno mental de su hijo», dice Ze’ev Rosenkranz, editor y subdirector de Einstein Papers Project.

Eduard o «Tete», como le decían cariñosamente, fue el hijo menor de Albert Einstein.

Aunque de niño tuvo problemas de salud, en parte relacionados con los pulmones, el trastorno mental se manifestaría en su adultez.

«Tuvo una vida muy trágica», le indica el experto a BBC Mundo.

Junto a su primera esposa, Mileva Maric, el físico tuvo dos hijos más.

El destino de la primera es un misterio que muchos han tratado de develar, mientras que el segundo se consagró por mérito propio.

«Lo que hacía a mi padre extraordinario, creo, era la tenacidad con la que se dedicaba a algunos problemas, aun luego de toparse con una solución errada. Siempre volvía a intentarlo, y una vez más», dijo Hans Albert, uno de ellos.

«Probablemente el único proyecto al que renunció fui yo. Trató de aconsejarme, pero pronto descubrió que yo era demasiado terco y que perdía su tiempo».

La física Mileva Maric y Albert Einstein en una foto de 1905.

I. Lieserl, la primogénita

La primera hija de Einstein nació en 1902.

«En realidad no sabemos qué le pasó después de los dos años», señala Rosenkranz. «Se pierde en la historia».

Y eso ha generado especulaciones.

«Puede ser que la hayan dado en adopción o que haya fallecido. Simplemente no lo sabemos».

Rosenkranz ha sido fundamental en el desarrollo del Einstein Papers Project, una iniciativa del Instituto de Tecnología de California que ha reunido, traducido y publicado miles de documentos del Nobel alemán y que cuenta con el patrocinio de la Universidad de Princeton de Estados Unidos y la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Las cartas y los documentos del físico se han convertido en una fuente valiosísima para adentrarnos en su lado humano, para verlo con otra luz, una diferente a la del genio científico.

Y es precisamente su correspondencia la que nos confirma que Lieserl existió.

«¿Está sana? ¿Y llora convenientemente? ¿Cómo son sus ojos? ¿A cuál de nosotros se parece más? ¿Quién le da la leche? ¿Tiene hambre? Debe ser completamente calva. Todavía no la conozco y la quiero tanto», le escribió Einstein, desde Suiza, a Mileva.

Ella había dado a luz lejos de él, en Serbia.

El embarazo

Esos fragmentos de una carta de Einstein los reproduce Walter Isaacson en su magistral biografía Einstein, his life and universe («Einstein, su vida y universo»).

¿Pero por qué Milena abandonó Suiza para dar a luz en la casa de sus padres?

Para responder esa pregunta hay que trasladarse no sólo a la época, sino al hogar materno del joven Einstein.

«Su madre se opuso rotundamente a que se uniera a Mileva», le cuenta a BBC Mundo Hanoch Gutfreund, coautor del libro recientemente publicado: Einstein on Einstein: Autobiographical and Scientific Reflections (Einstein sobre Einstein: reflexiones autobiográficas y científicas).

Consideraba que con ella su hijo arruinaría su futuro.

«Incluso le advirtió que si quedaba embarazada iba a ser un desastre. En esos días, un embarazo antes del matrimonio era un escándalo gigante».

Lo cierto es que los dos estaban muy enamorados.

Se cree que la relación comenzó cuando él tenía 19 años y ella, 23.

Había sido su compañera en el Instituto Politécnico de Zúrich, donde la joven demostró su brillo como física y científica.

«Mi devoción hacia ti»

Sus cartas, indica Isaacson, no sólo reflejan sus sentimientos hacia ella, sino el rechazo de su madre a su intención de hacerla su esposa:

«Mis padres lloran por mí casi como si me hubiera muerto. Una y otra vez se quejan de que yo mismo me he acarreado la desgracia por mi devoción hacia ti. Creen que no eres sana».

Pero siguió su corazón y durante el embarazo, a la distancia, le prometió que sería un buen esposo.

Pocas semanas antes del parto, Einstein se encontraba en Berna, entusiasmado por la posibilidad de conseguir un empleo en la Oficina Federal de la Propiedad Intelectual.

Eso les daría estabilidad en una época en la que ofrecía clases privadas de matemáticas y física. «Una hora de prueba gratis», prometía en un anuncio de periódico.

Y en una carta le expresa optimismo frente a su futuro juntos, pero le revela una preocupación:

«El único problema que nos quedaría por resolver sería el de cómo tener a nuestra Lieserl con nosotros».

«No quisiera tener que renunciar a ella», le escribió.

Einstein sabía de la dificultad que representaba en su sociedad tener un «hijo ilegítimo» y más para alguien que buscaba convertirse en un respetado funcionario público.

El largo silencio

Parece que el físico y su hija no se llegaron a conocer. Mileva la tuvo que dejar con sus parientes en Serbia.

El Premio Nóbel guardó celosamente el secreto de su hija.

Isaacson asoma la posibilidad, a través de una «críptica insinuación», de que una amiga muy cercana a ella pudo haber sido quien asumió el cuidado de la niña.

Pero no hay certeza.

«Todo lo que sabemos sobre su hija es lo que se escribieron en sus cartas de amor», indica Gutfreund.

«Pero, en un momento determinado, no vuelve a ser mencionada» en las misivas que lograron trascender.

«Sobre ese misterio se han escrito libros, pero no hay nada concreto».

Y es que, de acuerdo con Rosenkranz, «hubo historiadores y periodistas que fueron a Serbia y trataron de encontrar sus rastros, buscaron documentos, registros, en archivos y repositorios, pero no tuvieron éxito».

«La última mención que se hace de ella es cuando tenía cerca de dos años, había contraído escarlatina. No sabemos si sobrevivió a eso», indica el experto.

Se trata de una enfermedad bacteriana, que para la época se consideraba muy grave, especialmente en niños tan pequeños.

Se cree que Einstein, quien murió en 1955, no le contó a nadie sobre su hija.

De hecho, el equipo de Einstein Papers Project solo se enteró de que la niña existió en 1986, cuando descubrió parte de su correspondencia con Mileva.

II. El hogar propio

Una vez Einstein se aseguró un trabajo estable en Berna, Mileva regresó y se casaron en 1903.

En 1904, nacería su segundo hijo, Hans Albert, y en 1910, nacería Eduard, cuando la familia vivía en Zúrich.

«Cuando mi madre estaba ocupada en la casa, mi padre dejaba de lado su trabajo y nos cuidaba durante horas, mientras nos balanceábamos sobre sus rodillas. Recuerdo que nos contaba historias y a menudo tocaba el violín en un esfuerzo por mantenernos callados», recordó Hans Albert, de acuerdo con Isaacson.

La niñez temprana de Eduard fue difícil, su salud era frágil y a menudo se enfermaba de gravedad.

«En una oportunidad, cuando tenía cuatro años estuvo postrado en la cama por siete semanas», cuentan Alice Calaprice, Daniel Kennefick y Robert Schulmann en An Einstein Encyclopedia.

En una ocasión, en 1917, cuando se le inflamaron los pulmones, Einstein le escribió a un amigo: «El estado de mi pequeño me deprime sobremanera».

Pese a ello, indican los autores, «se convirtió en un excelente estudiante y se interesó especialmente en las artes, en la composición de poesía y en tocar el piano».

De hecho, Eduard entablaba con su padre intensas discusiones sobre música y filosofía, lo cual -Einstein dijo- le demostraba que su hijo «se estaba devanando los sesos en torno a las cosas importantes en la vida».

El ocaso de un amor

A medida que el físico se adentraba cada vez más en su trabajo científico, la relación con Mileva se deterioraba dramáticamente.

Y, para empeorar la situación, empezó una relación amorosa con su prima, Elsa.

Elsa y Einstein eran primos e iniciaron una relación cuando el físico estaba casado con Mileva, después llegarían a casarse.

En 1914, la familia se había trasladado a Berlín. Pero, en julio, la amargura en el matrimonio, en gran parte por la actitud despreciativa de Einstein hacia Mileva, la empujó a regresar a Suiza con los niños.

Para 1919, el divorcio era inminente.

De acuerdo con Gutfreund, separarse de sus hijos fue muy difícil para él. Por eso, trató de que su relación con ambos se mantuviera fuerte.

«Era un padre muy cariñoso», señala Rosenkranz.

En los periodos en que la Primera Guerra Mundial se lo permitía, el físico los visitó; los llevaba de vacaciones y cuando «se hicieron lo suficientemente grandes, los invitaba a Berlín a pasar tiempo juntos».

Gran parte de lo que se conoce de la relación del físico con sus hijos es gracias a las decenas de cartas personales que lograron trascender el tiempo.

«Mantuvo una extensa correspondencia con ambos, especialmente con el menor, cuando era adolescente».

El intercambio con Eduard, dice el experto, era de un nivel intelectual muy alto y hasta se criticaban abiertamente por las posiciones que no compartían. Tenían un intercambio constante por escrito.

«Einstein disfrutaba mucho lo que le enviaba», no sólo por sus dotes para la escritura, sino por la profundidad de sus reflexiones.

En 1930, su padre le escribió: «La vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio, debes seguir moviéndote».

La personalidad de Hans Albert, cuenta el experto, era diferente, era más «bajado a la tierra».

«Se inclinaba por lo práctico, por los inventos, por lo técnico» y eso se reflejó en los juegos con su padre.

Años después, Einstein le escribiría no sólo acerca de su teoría y sus intentos por probarla, sino que le daría consejos para conseguir empleo.

El diagnóstico

El menor de los Einstein soñaba con ser psiquiatra y se interesó por las teorías de Sigmund Freud.

Estudiaba medicina, cuando, en 1932, tuvo que ser hospitalizado en una clínica psiquiátrica en Suiza.

En 1933, con 22 años, se le diagnosticó esquizofrenia.

«Eso le dolió profundamente a Einstein», cuenta Gutfreund.

«Al más refinado de mis hijos, al que realmente consideraba de mi propia naturaleza, le sobrevino una enfermedad mental incurable», escribiría tiempo después, según el diario The Guardian.

En 1933, ante la amenaza del ascenso del nazismo en Alemania, el científico fue presionado para abandonar el país y embarcarse hacia Estados Unidos.

«Poco antes de su partida» -cuentan Calaprice, Kennefick y Schulmann- «Einstein hizo lo que se convertiría en su última visita» al lugar donde se encontraba Eduard.

«Padre e hijo no se volverían a ver».

Un triste final

Si bien Mileva se encargó de su cuidado en el hogar, Eduard tuvo que pasar temporadas en un centro psiquiátrico, especialmente cuando los síntomas empeoraban y, en particular, cuando ella se enfermó gravemente.

Tras su muerte, en 1948, se nombró un guardián legal (que Einstein pagaba) para que hiciera las gestiones correspondientes cuando era necesaria su internación.

«No creo que durante esos años haya habido correspondencia (entre padre e hijo)», indica Rosenkranz.

De acuerdo con Isaacson, a Eduard no se le permitía emigrar a Estados Unidos por ser un paciente con un trastorno mental.

Pasó sus últimos años confinado en una clínica psiquiátrica.

Murió de un accidente cerebrovascular en 1965, a los 55 años.

III. Hans Albert, un pionero

El segundo hijo de Einstein estudió Ingeniería Civil en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich.

En una carta, de 1924, su padre no ocultaba su orgullo por los resultados de sus exámenes, que lo ubicaron de primero: «Mi Albert se ha convertido en un hombre capaz e íntegro».

Se graduó en 1926 y en 1936, obtuvo el título de doctor en Ciencias Técnicas.

«Su tesis doctoral (…) es el trabajo definitivo sobre el transporte de sedimentos aceptado por ingenieros y científicos de todo el mundo», señala una breve biografía de la Universidad de California.

En 1938 y por consejo de su padre, el ingeniero emigró a Estados Unidos y continuó con sus estudios sobre transporte de sedimentos.

En el libro Hans Albert Einstein: His Life as a Pioneering Engineer (Hans Albert Einstein: Su vida como ingeniero pionero), Robert Ettema y Cornelia Mutel se adentran en el «trabajo de un hombre y su búsqueda por comprender y desentrañar las complejidades de los ríos».

«Hans Albert desarrolló conocimientos teóricos y métodos prácticos que ayudaron a sentar las bases para nuestra comprensión actual de cómo el agua que fluye transporta los sedimentos», indican los autores.

En 1988, la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles (ASCE) creó el premio Hans Albert Einstein Award para reconocer las contribuciones en ese campo.

Simon Winchester, en su obra The End of The River, destaca el rol clave de Hans Albert en la construcción de la «poderosa estructura» que mantiene bajo control el imponente río Mississippi.

El profesor admirado

A su llegada a Estados Unidos, Hans Albert trabajó en la Estación Experimental Agrícola de Carolina del Sur y, posteriormente, en el Departamento de Agricultura.

Después se dedicaría a la enseñanza de la ingeniería hidráulica en la Universidad de California, Berkeley.

«Poseía la rara combinación de un científico investigador altamente competente, un magnífico ingeniero en ejercicio y un excelente maestro», señala esa casa de estudios.

«El profesor Einstein fue extremadamente generoso con su tiempo, ya sea en conferencias con sus muchos estudiantes de posgrado, enseñando por períodos breves en universidades extranjeras o asesorando a países de todo el mundo sobre soluciones a problemas críticos de sedimentación».

Y es que Hans Albert ejerció «una gran influencia en el desarrollo científico de la hidráulica de los sedimentos» en otros países.

En una carta que le envió a su hijo en 1954, Albert Einstein elogió que hubiese heredado «la característica principal de mi propio carácter: la capacidad de elevarse por encima de la mera existencia dedicándose persistentemente a lo mejor de su capacidad para lograr una meta impersonal».

De hecho, Ettema y Mutel reflexionan sobre cómo, pese a trabajar en diferentes campos de la ciencia, padre e hijo coincidieron «en una frontera científica».

«Esta circunstancia compartida enriqueció su relación».

Desacuerdos

Y es que la relación de Einstein con sus hijos tuvo altibajos y si bien en algunas cartas se mostraba cariñoso, en otras los criticaba y era frío.

«Hubo periodos difíciles, pero también buenos, como sucede en todas las familias», señala Rosenkranz.

«Tuvo algunos conflictos con Hans Albert».

Por ejemplo, cuando el adolescente le contó que había decidido estudiar ingeniería, la reacción del físico fue de rechazo.

Años después, surgiría otro desencuentro: «Al principio, Einstein no aprobaba la mujer con la que se quería casar».

Y no era el único. Mileva también la objetaba.

Pero Hans Albert los desafió y contrajo matrimonio en 1927 con la filóloga Frieda Knecht, quien era nueve años mayor que él.

«Einstein se reconcilió con la decisión de su hijo» y le dio la bienvenida a la nueva integrante de la familia, quien le dio tres nietos.

Aunque se visitaron y estaban en contacto, cuenta Gutfreund, la relación entre padre e hijo en Estados Unidos no era muy cercana, en parte por el elemento geográfico: Hans Albert se encontraba en la costa oeste y Einstein en la costa este, en Princeton.

«Además, Einstein ya había formado su segunda familia», recuerda el experto.

El físico se había casado con Elsa y ambos vivían con las dos hijas que ella tuvo en un matrimonio anterior.

Hans Albert, quien tras la muerte de Frieda se casó con la bioquímica Elizabeth Roboz, murió en 1973, después de sufrir un infarto. Tenía 69 años.

IV. Ser hijo de Albert Einstein

En una oportunidad, evoca Isaacson, Einstein le dijo a Mileva que «sus dos hijos eran la mejor parte de su vida interior, un legado que se mantendría después de que el reloj de su propio cuerpo se desgastara».

Ser hijo del hombre que cambió nuestra percepción del Universo debió haber tenido sus complejidades.

El mismo Eduard lo escribió: «A veces es difícil tener un padre tan importante porque uno se siente tan poco importante».

Cuando a Hans Albert, quien nació un año antes de que su padre publicara la Teoría especial de la relatividad, le preguntaron qué se sentía ser el hijo de un científico tan famoso, respondió:

«Habría sido desesperante si no hubiera aprendido a reírme de la molestia, desde la infancia» y procedió a explicar lo que hacía a su padre como «extraordinario».

Einstein, el padre

Dependiendo de las fuentes que se consulten y de los fragmentos de cartas que se lean, se puede divisar una o varias imágenes de Albert Einstein como padre.

La biografía de Einstein escrita por Walter Isaacson es considerada una de las más completas. A través de sus páginas podemos conocer a los hijos del genio.

Pero aun así es difícil tener un retrato completo y claro.

Gutfreund, quien fue presidente de la Universidad Hebrea de Jerusalén, cuenta que cuando «la colección de sus documentos» llegó a esa institución, había unas 1.500 cartas privadas.

Margot, una de las hijas de Elsa había pedido que se dieran a conocer después de que transcurrieran 20 años de su muerte. Murió en 1986.

De acuerdo con el profesor emérito, esos documentos muestran a un Einstein «más cálido, más humano, más cariñoso» que el que había trascendido.

Aunque la relación con Mileva se había deteriorado, «se puede encontrar una correspondencia hermosa y muy interesante entre un padre amoroso y sus hijos».

Con los años, el físico reconoció la «devoción» de su primera esposa hacia sus hijos y lo bien que los había criado.

«No creo que se viera a sí mismo como un gran marido. Yo creo que él sintió que había hecho un mejor trabajo como padre, que como esposo», reflexiona Rosenkranz.

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