El Paso de la vaca y otros relatos. Fabio Baudrit González. Editorial Costa Rica. Costa Rica. 1977.

La leyenda del Paso de la Vaca

Carlos Arroyo – Mis Libros con Notas

En uno de sus primeros casos, como abogado recién graduado, a don Fabio Baudrit González le tocó defender a un hombre que había cometido un homicidio. Como la culpabilidad de su cliente era innegable y estaba fuera de toda duda, el único argumento que se le ocurrió plantear en su defensa fue que el asesino sufría de demencia. Su alegato fue tan convincente que su defendido acabó siendo encerrado de por vida en el hospital psiquiátrico. A decir verdad, no le hizo ningún favor. Si lo hubieran declarado culpable, lo habrían condenado a unos años de cárcel, tras los cuales, eventualmente acabaría saliendo en libertad. Pero al ser considerado un loco peligroso, aquel hombre nunca volvió a poner un pie en la calle y pasó el resto de sus días maldiciendo a su abogado defensor.

Otros abogados se hacían ricos y famosos, pero el bueno de don Fabio no tuvo la misma suerte y se quejaba de que a su bufete solamente llegaban dos tipos de clientes: los que no tenían dinero y los que no tenían razón. Una vez, por ejemplo, una viejita mendiga le solicitó que le ayudara a conseguir una pensión para su marido, que estaba muy enfermo. Aquello fue a principios del Siglo XX y todavía el Estado otorgaba pensiones a quienes hubieran luchado en la campaña nacional contra los filibusteros de William Walker. Los únicos tres requisitos que se solicitaban eran: haber participado en la guerra, no tener medios de subsistencia y no estar en capacidad de trabajar. La ancianita le dijo a don Fabio que ella y su marido eran realmente pobres, no tenían absolutamente nada; que su marido estaba tan débil, que apenas era capaz de ponerse en pie, pero que, en los tiempos de la guerra, su marido pasó dos años escondido en la montaña para que no se lo llevaran como soldado. Para ayudar a la pobre mujer, don Fabio le manifestó con optimismo: «De los requisitos que piden, su marido tiene dos de tres». Y ahí mismo le redactó la solicitud de pensión que, poco después, acabó siendo aprobada.

Una vez pensionado, la salud de aquel hombre mejoró milagrosamente y era común su presencia en los actos cívicos de las escuelas, a los que asistía para hablarles a los niños de sus hazañas tan heroicas como imaginarias. El señor, hay que reconocérselo, fue también solidario, ya que en muchas de las solicitudes de pensión de sus amigos compareció, en calidad de testigo, y dijo «haberlos visto» en Santa Rosa y Rivas.

Hijo de don Doroteo Baudrit Murillo y de doña Adelaida González Víquez, don Fabio Baudrit González (1875-1954) fue conocido, durante su juventud, simplemente como «el sobrino de don Cleto». Su tío materno, el licenciado Cleto González Víquez, dos veces presidente de Costa Rica, con frecuencia lo regañaba por no tomarse la vida en serio. Cuando don Fabio contrajo matrimonio con María Atilia Moreno Cañas, pasó a ser reconocido como el cuñado del Dr. Ricardo Moreno Cañas. Y, finalmente, cuando su hijo mayor, Fabio Baudrit Moreno, destacó como intelectual y catedrático, don Fabio fue identificado como el padre del rector de la Universidad de Costa Rica. Curiosamente, con un tío famoso, un cuñado famoso y un hijo famoso, don Fabio Baudrit González acabó siendo una figura prácticamente desconocida.

Además de abogado de causas pintorescas y pariente de personajes destacados, don Fabio Baudrit González fue escritor, pero murió sin haber publicado nunca un libro. Sus escritos, todos de tono risueño, que incluyen cuentos, anécdotas y artículos de opinión, quedaron dispersos en muchísimos periódicos y revistas de distintas décadas. Don Adolfo Blen, un meticuloso explorador de hemerotecas, tuvo la paciencia de buscarlos hasta llegar a reunirlos todos. Sin embargo, no llegó a publicarlos. Los primeros escritos de don Fabio datan de 1903 y se mantuvo colaborando frecuentemente en la prensa hasta poco antes de su muerte, en 1954.

Pese a no contar con libros publicados, don Fabio Baudrit fue miembro fundador de la Academia Costarricense de la Lengua, en la que ocupó el sillón H. Al año siguiente de su muerte, fue elegido para sucederlo en ese puesto, el filólogo y poeta Arturo Agüero Chaves. Ya había caído en desuso la costumbre de que los nuevos académicos dedicaran su discurso de incorporación a elogiar a su antecesor, pero don Arturo Agüero quiso realizar un ensayo crítico sobre la obra de don Fabio Baudrit recopilada por don Adolfo Blen. Ese estudio, junto con una pequeña antología, fue publicado por la Universidad de Costa Rica, pero no tuvo gran difusión.

No sería sino hasta 1977, veintitrés años después de la muerte de don Fabio, que aparecería el libro “El paso de la vaca y otros relatos”, publicado por Editorial Costa Rica. Como su producción literaria era muy abundante, no fue posible publicar todos sus escritos, de manera que se hizo una selección clasificada en cuentos, semblanzas, leyendas, minucias y otras prosas. Afortunadamente, el libro incluyó la lista completa de publicaciones realizada por don Adolfo Blen, de manera que, quien quiera rastrear alguno de los relatos o artículos no incluidos en el libro, no tiene más que ir a la hemeroteca con la seguridad de saber exactamente dónde encontrarlo. El ensayo de don Arturo Agüero también aparece al final del libro.

Los escritos de Fabio Baudrit son breves, amenos, fluidos y, en cada uno de ellos, hace gala de una fina ironía y un sentido del humor punzante. El apartado que lleva por título «Minucias», recopila artículos de opinión sobre distintos temas del acontecer nacional, expuestos y analizados en un sutil tono de burla. No se crea, sin embargo, que don Fabio era un humorista. Sus observaciones son claras, profundas y reveladoras, pero tienen el gran mérito de destacar el lado absurdo, cómico y hasta ridículo, de los temas más serios.

En el apartado de leyendas, cuenta la del Cadejos, la Cegua y la Llorona, pero, sin lugar a dudas, la leyenda que, a la larga, acabó teniendo más impacto en el pueblo, hasta el punto de llegar a convertirse, por ser repetida de boca en boca, en un mito urbano considerado por muchos como verdad histórica, es la del Paso de la Vaca.

Publicada en el periódico El Noticiero, en 1905, la leyenda se refiere al origen del nombre de un humilde barrio al noroeste de San José que, desde mediados del Siglo XIX era llamado «El Paso de la Vaca». Se trataba de un caserío de trabajadores y pequeños comerciantes que tuvo solamente un vecino ilustre, ni más ni menos que el poeta Rubén Darío, que alquiló allí una pequeña casita de adobe durante los meses que vivió en Costa Rica.

Cuenta don Fabio que las familias modestas de San José mantenían con los vecinos relaciones cordiales, pero de lejos. Las conversaciones tenían lugar en la calle, el mercado, la pulpería o la salida de Misa, pero era algo muy raro, y bastante mal visto, irse a meter a otra casa. Cuando recibían visitas, las atendían desde el lado adentro de la cerca y, si las pasaban adelante, a lo más que llegaban era a sentarse en la banca del corredor.

La única ocasión en que invitaban a los vecinos, los dejaban entrar hasta la cocina y los atendían con bebidas, comidas y hasta postres y golosinas, era en el Rezo del Niño. De hecho, las casas eran estrechas, sencillas y no tenían cuadros ni adornos ni otros elementos puramente decorativos pero, incluso la familia más pobre, en la época navideña montaba un portal de tan grandes proporciones que, en muchos hogares, apenas dejaba espacio para caminar. Tener un pasito grande y lindo era un lujo con el que todos soñaban para impresionar a los vecinos en la única ocasión en que los dejaban entrar a su casa.

En algún momento vino de Guatemala un escultor que era un verdadero artista tallando santos de madera. Algunos curas le encargaron imágenes para los templos y una que otra familia rica también contrató sus servicios. Pero, entre los humildes trabajadores descalzos de San José, los únicos que pudieron reunir el dinero para hacerle un encargo al escultor «fuerero» (en aquellos años no se decía extranjero ni forastero), fueron unos Abarca a los que, por grandotes y fuertes, les decían, como apodo, «los bueyes».

Los Abarca le pidieron al escultor que les hiciera un pasito completo, con el ángel, San José, la Santísima Virgen María, el Niño Dios, los tres reyes magos, la mula y el buey. Al oír la palabra buey, el viejo padre de familia, que no soportaba escuchar el apodo por el que era conocido, le ordenó al escultor que, en vez de buey, le hiciera una vaca. El chapín, «fuerero», le respondió que eso no era posible, que se arriesgaba hasta que el cura se negara a bendecirle su pasito, pero ñor Abarca no se dejó convencer y, tajante, le advirtió: «Le pone tetas o no le pago».

Esa Navidad, por curiosidad más que por otra cosa, todos los vecinos de San José fueron a ver el portal de los Abarca, que acabó volviéndose famoso. Entonces, cuando alguien preguntaba una dirección en la zona le decían: «es por la calle de los Abarca, los que le dicen bueyes, los del paso de la vaca».

«Y esa es», declaraba don Fabio, «la religiosa historia del Paso de la Vaca», antes de cerrar su escrito con un contundente: «Como me lo contaron te lo cuento.»

Pocos días después de que su leyenda «El Paso de la Vaca» apareciera publicada en el periódico, don Fabio se encontró con su buen amigo Juan José Loaiza, un hombre ingenioso y conversador, quien no solo le dijo que había leído su escrito y lo felicitó por la forma tan amena en que contó la historia, sino que también le comentó que todavía vivían en el Paso de la Vaca, descendientes de la familia Abarca que había encargado hacer su pasito al escultor guatemalteco.

Don Fabio reaccionó sorprendido ante la noticia, ya que todo, absolutamente todo, era inventado. Nunca existieron en realidad ni los Abarca, ni el escultor guatemalteco, ni el pasito con vaca en lugar de buey. Su historia era tan inventada como la demencia del asesino que le tocó defender, o las hazañas patrióticas y heroicas de aquel pobre hombre que estuvo dos años escondido en la montaña para no ir a la guerra. Sin embargo, como buen escritor, es decir, autor de ficciones, y por puro apego a la mentira, no le confesó a su amigo que nada de lo que había relatado era cierto.

La leyenda del Paso de la Vaca, como ya se dijo, fue publicada en el periódico en 1905 y don Fabio murió en 1954. Durante casi medio siglo, entonces, don Fabio pudo sonreír complacido, al ver como su relato era repetido de boca en boca, hasta convertirse en historia oficial. Su nombre, como autor, fue olvidado, pero al menos una de las páginas que escribió llegó a ser tan aceptada por el pueblo, que acabó apropiándose de ella. Incluso hoy en día, son muchos quienes repiten la historia del origen del pintoresco nombre del barrio al noroeste de San José, sin haber escuchado nunca mencionar el nombre de don Fabio Baudrit González.

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